desde la cama
Es temprano y estoy de vacaciones. La luz se mete apenas entre las persianas, está muy lindo. India mastica mi dedo gordo bajo la sabana. Está despierta desde hace mucho, desde que entró la luz. Es mi testigo, el ser que da fe de mi existencia. Cuando hago pis, entra conmigo al baño y se sienta abajo del rollo de papel higénico. Cuando el rollo empieza a girar se levanta, sabe que en segundos nos vamos. Sabe mis tiempos, conoce mi ritmo y serena lo vive conmigo. Es inconcebible tal amoldamiento. Pero India me mira y parece como si su gran oficio fuera ese, contemplarme. Se esmera por buscar el mejor lugar, el mejor ángulo de visión, está atenta a todos mis movimientos, se sienta lo suficientemente lejos para no agobiarme y pero estratégicamente cerca para ver cuando voy a cambiar de lugar. Es buena en su trabajo.
Por un rato considerablemente largo pretendo no moverme de la cama. Me gusta escuchar todos los ruidos de la mañana inmóvil en pijama: la heladera que hace un ruido parecido al de mi panza; las cañerías, en especial el torbellino de la cadena de mi vecina de arriba; los interruptores de la luz y el chirrido de las puertas; perros y pájaros afuera, un avión que atraviesa el pulmón de manzana y la grúa que ya se despertó también. Es impresionante todo lo que está hablando si hacemos un poco de silencio.
Mi cama mira a mi biblioteca. Los libros también me hablan cuando abro los ojos a la mañana. ¿Por qué me dejaste por la mitad? Traidora, te fuiste con otro. Che, que bien que la pasamos juntos. Te extraño. Cuando quieras, podemos volver a vernos... Sí, tengo una relación particular con mis libros. Todos tienen una historia que vale la pena ser contada. Siempre me digo que tengo que escribir una especie de historia clínica de cada uno y ordenarlas alfabéticamente en un fichero como hace mi abuelo con sus pacientes. De chica me volvía loca el fichero antiguo que tiene en su escritorio, creo que lo sigue teniendo. No tiene secretaria con computadora y base de datos en Exel. Tiene fichero, es pediatra y tiene pacientes archivados de cincuenta años. Si miro ahora a la biblioteca veo: un tomo dos de la completa de Nicanor Parra que me compre en el aeropuerto de Santiago y me costo una fortuna; La ciudad y los perros y pegadito, una biografía del Che, imposible no verla con las letras en rojo sangre; El libro de los anhelos de Cohen que todavía no leí y la verdadera razón por la que lo compre fue que cuando pregunté su precio una señora preguntó lo mismo y le dijeron que el que yo tenía en la mano era el último; Calveyra entre varios cartones de la editorial de Cucurto; Hugo Mujica arriba del uruguayo Elder Silva y abajo del brasilero Manuel Bandeira. Me pregunto cómo sería si todos estos tipos se conocieran en este preciso instante. Si Vargas LLosa se sentaría a tomar mate con Calveyra y Cucurto, si Elder y Cohen retarían a un partidito de truco a Parra y el Che, Mujica sería un buen árbitro.
Ya son las nueve y media pasadas y siento como que son las doce y cuarto. Mejor pongo primera, bajo la ventanilla y pellizco en acelerador. Se siente bien este tipo de relato-diario, seguiré por acá.
Por un rato considerablemente largo pretendo no moverme de la cama. Me gusta escuchar todos los ruidos de la mañana inmóvil en pijama: la heladera que hace un ruido parecido al de mi panza; las cañerías, en especial el torbellino de la cadena de mi vecina de arriba; los interruptores de la luz y el chirrido de las puertas; perros y pájaros afuera, un avión que atraviesa el pulmón de manzana y la grúa que ya se despertó también. Es impresionante todo lo que está hablando si hacemos un poco de silencio.
Mi cama mira a mi biblioteca. Los libros también me hablan cuando abro los ojos a la mañana. ¿Por qué me dejaste por la mitad? Traidora, te fuiste con otro. Che, que bien que la pasamos juntos. Te extraño. Cuando quieras, podemos volver a vernos... Sí, tengo una relación particular con mis libros. Todos tienen una historia que vale la pena ser contada. Siempre me digo que tengo que escribir una especie de historia clínica de cada uno y ordenarlas alfabéticamente en un fichero como hace mi abuelo con sus pacientes. De chica me volvía loca el fichero antiguo que tiene en su escritorio, creo que lo sigue teniendo. No tiene secretaria con computadora y base de datos en Exel. Tiene fichero, es pediatra y tiene pacientes archivados de cincuenta años. Si miro ahora a la biblioteca veo: un tomo dos de la completa de Nicanor Parra que me compre en el aeropuerto de Santiago y me costo una fortuna; La ciudad y los perros y pegadito, una biografía del Che, imposible no verla con las letras en rojo sangre; El libro de los anhelos de Cohen que todavía no leí y la verdadera razón por la que lo compre fue que cuando pregunté su precio una señora preguntó lo mismo y le dijeron que el que yo tenía en la mano era el último; Calveyra entre varios cartones de la editorial de Cucurto; Hugo Mujica arriba del uruguayo Elder Silva y abajo del brasilero Manuel Bandeira. Me pregunto cómo sería si todos estos tipos se conocieran en este preciso instante. Si Vargas LLosa se sentaría a tomar mate con Calveyra y Cucurto, si Elder y Cohen retarían a un partidito de truco a Parra y el Che, Mujica sería un buen árbitro.
Ya son las nueve y media pasadas y siento como que son las doce y cuarto. Mejor pongo primera, bajo la ventanilla y pellizco en acelerador. Se siente bien este tipo de relato-diario, seguiré por acá.
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