Javier


Pasando la puerta, eras alma: eso fiero y crudo que estremecía a cada uno de nosotros. Te mirábamos como a un dios. Sacudía verte el espíritu en carne viva. Tu voz era música que salía de un cuello desnudo y arrugado, vagamente envuelto en una bufanda cuadrillé y multicolor. Eras la pasión en huesos frágiles. Y venías en el 39 desde Colegiales a enseñarnos literatura. Un día dijiste basta, escuchemos la lluvia y todos cerramos nuestros cuadernos. A un par se les cayó la birome al piso, pero nadie la levantó. La vida dura lo que una gota tarde en llegar del piso al cielo, dijiste bajo y suave. Y rápido te corregiste: del cielo al piso, aunque el otro es el camino de vuelta. Hubo mucho silencio después de tus palabras. Ese día nos dimos cuenta que venías a enseñarnos a vivir.

Pasando la puerta, eras un par de ojos curiosos, gigantes. Tu cuerpo prolijamente uniformado cambiaba de postura radicalmente. Era gracioso como pasabas de estar echada sobre tu banco a una postura firme, erguida, casi militar. A tus músculos los tensaba el ansia de saber y tus cejas subían muy alto. Yo no me creía capaz de enseñarte nada. Te veía tan entusiasmada que me daba mucho miedo defraudarte. Me pagaban para enseñar Borges, el creacionismo de Huidobro, La Ilíada, pero yo te quería hablar de algo más eterno. Una mañana en el 39, una chica muy parecida a vos se sentó al lado mío. Estaba triste. Vi que miraba en su celular una foto de su novio y al ratito empezó a llorar. Hay cosas más importantes, pensé y cuando llegué a la clase decidí hablarles de la lluvia.  

¿Te acordarás de las baldosas atrás de la columna del patio? Y ahora, ¿con quién fumarás bajo el sol matinal? Largas horas, en pedazos de recreos, todas apretujadas en ese par de ojos. Ahí, tus manos daban el fuego al silencio y en tus cienes, ardían unos pequeños fogonazos. Recuerdo el día que te contaron que con Luciano fumábamos en el baño y te nos viniste al humo. En el baño, no, dijiste, fumen conmigo en el recreo. Y nos llevaste a la columna. Esa era tu guarida. Yo no entendía mucho qué pasaba, pero confiaba en vos. Ese día nos hablaste de la amistad. En ese recreo se borró el profesor y apareció Javier. Luciano dijo algo de juntarnos afuera del cole, y vos dijiste que ese pucho sellaba un pacto para siempre.

A veces vuelvo por el colegio y me acuerdo de cuando fumábamos en el patio. Creo que Confucio decía que fumar es ir hacia adentro y hacia afuera de uno. Una suerte de meditación en constante movimiento. En la soledad ruidosa del recreo rumié varios poemas de mi último libro, pero cuando me enteré que vos y Luciano fumaban en el patio, los invité a mi ritual. Vos pusiste cara de no entiendo, pero me seguiste. Luciano lo tomó como un acto más de rebeldía. Disfrutaba mucho hablar con ustedes detrás de la columna. Sus ideas frescas eran una inyección de vitalismo para mi cabeza canosa. Mi mayor deseo era hablarles de mi pasión, la poesía. Pero, en cambio, les hablé de la amistad. Que ahora que lo pienso, es la misma cosa.

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